Su sencillez de vida fundamentada en la del profeta de Galilea, sus convicciones de que el germen crece silencioso bajo la tierra, su insistencia al repetir que los pequeños eran los más grandes de este mundo y su sencillez y alegría, ayudaron a muchos creyentes y a no pocos no creyentes a dar sentido a sus vidas y acercarse un poco más al mensaje del Nazareno. Su voz crítica, directa y tajante, sirvió para poner un poco de orden en el caos de este mundo desequilibrado y necesitado de humanidad.

Dámaso era plenamente consciente de su humanidad, por eso no dudaba en compartir la vida con los vecinos, fuesen o no feligreses, siendo consciente de que el amor unía corazones más allá de las creencias e ideologías. Compartió la copa de vino en el bar y el pan en la mesa familiar, alzó fuerte la voz ante las injusticias de este mundo y tendió la mano al que lo necesitaba aflojándose el bolsillo aunque no le importara llegar a fin de mes.

Su biografía hablaba de Evangelio: de luz en la oscuridad, de amor en un mundo de odios y rencores, en definitiva, del esplendor de una vida entregada a los demás. Amigos y amigas, la vida de este sacerdote bueno sigue dándonos razones para seguir luchando y creyendo que un mundo más justo y más humano es posible.

Querido Dámaso, los barreños siguen acordándose de ti, especialmente, cuando la batuta dirige alegremente el pasodoble de este pueblo que te quiere y del que formas parte imborrable de su historia. Un abrazo y hasta la eternidad.